Es muss sein

Vomitado por pldn el martes, 25 de agosto de 2009 a las 4:51

Cicatrices: ,

Paseaba por la calle, con la mirada fija en el suelo. Las únicas luces de la ciudad a las seis de la mañana eran las de las farolas, dando cobijo a esos intrépidos mosquitos que arriesgan sus vidas por un poco de calor. Andaba lentamente y de forma marcada. A cada paso, su brazo derecho realizaba un llamativo vaivén desprendiendo originalidad por cada dedo.


Conté hasta diez, pero todo seguía igual de oscuro. Caminé por el pasillo haciendo crujir la vieja madera. Me senté a la mesa de la cocina, miré al elefante rosa, él me miró a mi. Sólo se escuchaba el molesto sonido de la comida siendo masticada, la poca comida podrida que quedaba.


La música de sus zapatos golpeando contra la acera era el único sonido decente a esas altas horas. Cada poco levantaba la mirada hacia el cielo, y maldecía para sí misma que esa misma noche las estrellas hubieran sido secuestradas. Botas marrones, vaqueros ajustados, camiseta a rayas y chaqueta blanca. De repente una de las farolas se apagó, imagino que su bombilla llegó al fin de los días, fundiéndose con la eterna oscuridad cristalina. Como si eso hubiese activado un resorte mágico en ella, se sentó en medio del asfalto y empezó a llorar.


Cogí mi plato y lo tiré contra el suelo, viendo cómo se rompía en pedazos. Me largué a mi habitación. Sentado frente al ordenador empecé a revisar los vídeos de la noche anterior. Un robo, una violación, un asesinato, una figura humana tirando piedras al río, una chica sentada en un banco haciendo que lee un periódico arrugado y con las páginas amarillentas, un gato atropellado. Nada nuevo.


Al día siguiente despertó resfriada; vacía, confusa y resfriada. Cogió un pañuelo y se sonó. Acto seguido fue al baño, se miró al espejo y no vio nada. Se quedó varios minutos pasmada, observaba atentamente la nada, hasta que el sonido de su teléfono móvil la despertó. Era un mensaje, no conocía el número: “El azar me ha encerrado en el laberinto de tus ojos, de tus tristes ojos”. Decidió no contestar.


Repasando los vídeos de nuevo me encontré con algo a lo que no le había dado importancia la primera vez. Era un niño, refugiado entre unos arbustos, con unos enormes cascos en las orejas, parecían muy pesados. Se le escuchaba silbar una melodía que me resultó conocida, pero no sabía con exactitud de qué se trataba.


Desde ese día empezó a salir todas las noches, a las seis de la madrugada. Sentándose siempre en medio de la carretera, en el mismo lugar, con la misma ropa. Era un nuevo ritual a seguir. Todas las mañanas recibía un mensaje, siempre del mismo número desconocido. Nunca contestó, nunca llamó.


Segundos después empecé a golpearme contra la pared y rompí la pantalla de mi ordenador. Todo a mi alrededor estaba manchado de sangre, me odié. Salí corriendo a buscar mis pastillas, y desde entonces aún no he vuelto.

Anónimo | 25 de agosto de 2009, 14:28  

Leyendo la historia me acabo de acordar a botepronto de "Todos los fuegos el fuego", que no sé si el autor del relatillo se habrá leído, pero que tiene varias similitudes en técnica, lo cual ya dice bastante.

Respecto a lo demás, nada que añadir al argumento. Interesante, bueno, nihilista, tristón y bien contado; puede que hasta con experiencias personales de por medio, o por lo menos, eso que llaman experiencias interiores, que a veces -y sólo a veces- son las que más duelen y carcomen. Síganme ustedes así.

KnOx | 25 de agosto de 2009, 15:22  

Son esas experiencias interiores las que dotan a los textos de vida.

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Vomita por dentro

La panofobia se define como un persistente, anormal e injustificado miedo a todo. Las personas que padecen de esta anormalidad psicológica experimentan miedo a todo, pero más precisamente temen morbosamente al miedo mismo. La panofobia, también llamada omnifobia, polifobia, pantofobia o panfobia, con frecuencia se encuentra como una condición secundaria de la esquizofrenia.

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